UN CAMINO PARA TEJER LA PAZ LLENOS DE ESPERANZA – Mensaje de los obispos con motivo del 80 aniversario del final de la guerra

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UN CAMINO PARA TEJER LA PAZ LLENOS DE ESPERANZA
Mensaje de los obispos con motivo del 80 aniversario del final de la guerra

A todas las personas que desean la paz, especialmente a los jóvenes.

Introducción

Este año conmemoramos el 80 aniversario del final de la guerra. Con este motivo ofrecemos nuestra oración, mientras sentimos en nuestro corazón el dolor por las personas a quienes se les ha arrebatado la vida, por quienes ven conculcada su dignidad personal de formas diversas y por la destrucción del medio ambiente. Al conmemorar los 80 años, que es el tiempo medio de la vida humana, nos preguntamos cómo transmitir a las nuevas generaciones la importancia del respeto por la dignidad de las personas y el deseo de hacer realidad la paz. Mientras con toda la iglesia celebramos el año santo que se convoca cada 25 años, compartimos con todos, especialmente con los jóvenes, el compromiso de seguir caminando llenos de esperanza para construir un mundo en paz.

A los 80 años desde el final de la guerra

En el mes de octubre de 2024 fue concedido el premio Nobel de la paz a la “Federación Japonesa de Organizaciones de Afectados por las Bombas Atómicas y de Hidrógeno”, conocida como HIDANKYO. “Las armas nucleares son instrumentos de muerte absolutamente inhumanos que no podemos dejar que coexistan con la humanidad. Hay que eliminarlas inmediatamente”. Estas palabras pronunciadas por el Sr. Terumi Tanaka, representante de HIDANKYO, en el discurso de recepción del premio Nobel, impactaron a muchas personas en el mundo entero y constituyeron un nuevo motivo para impulsar el desarme nuclear. En estas palabras repetidas durante 80 años descubrimos la gravedad de este mensaje.

Muchas personas que experimentaron aquella guerra, tanto en Japón como en otras partes del mundo, han narrado su experiencia durante 80 años y han llevado a cabo diversas iniciativas por la paz.

Transcurridos ya 80 años desde el final de la guerra se va reduciendo el número de personas que la experimentaron. Precisamente por ello sentimos la necesidad de afrontar honestamente la verdad histórica, de recordarla y reflexionar sobre ella para transmitirla a las nuevas generaciones y transformarla en motivación para trabajar por la paz.

El Papa Francisco en su visita a Hiroshima el año 2019 dijo: “Recordar, caminar juntos, proteger. Estos son tres imperativos morales que, precisamente aquí en Hiroshima, adquieren un significado aún más fuerte y universal, y tienen la capacidad de abrir un camino de paz. Por lo tanto, no podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno”.

Ésta es la razón por la que es tan importante y significativo que los jóvenes visiten Hiroshima, Nagasaki y también Okinawa, y que reflexionen sobre la paz.

En esta ocasión no podemos olvidar los enormes sufrimientos que, ya antes de la guerra de Asia y del Pacífico, Japón provocó a los países limítrofes con las guerras con China y Rusia y con el régimen colonial. Reconocemos que hace 80 años, durante el proceso histórico que culminó con el final de la guerra, la iglesia católica en Japón no siempre supo responder a lo que se esperaba de ella para la consecución de la paz. Después de la época Meiji, mientras se iba consolidando un nacionalismo centrado en la figura del emperador, la iglesia tuvo dificultad en afrontar esta tendencia marcada por una ideología de exaltación nacionalista. En aquellos momentos, se llegó incluso a apoyar la justificación de la guerra que Japón calificaba como guerra justa. Reconocemos nuestra responsabilidad por el pasado, nos sentimos llamados a la conversión y a trabajar por la paz junto a las nuevas generaciones que han de asumir el futuro.

El mundo actual

Junto con todos los ciudadanos comprometidos durante estos 80 años en la consecución de la paz, hemos avanzado al unísono con las naciones que forman parte de la organización de las Naciones Unidas. Sin embargo, la interpretación según la propia conveniencia o la simple ignorancia del profundo deseo de paz expresado en la Carta de las Naciones Unidas y en otros documentos, nos ha llevado a tener que ser testigos de unas guerras inhumanas. Desde las guerras entre Rusia y Ucrania o entre Israel y Palestina con su repercusión en todo el medio oriente, hasta los conflictos en Myanmar o en diversos países de África, cada día se suceden crueles situaciones que no quisiéramos tener que ver y se multiplican las pérdidas humanas. Se justifican las guerras desde conceptos como apoyo humanitario, como acción preventiva, como defensa propia y se llega a hablar de guerras justas. Sin embargo, todas estas expresiones no son más que interpretaciones amplias para justificar las guerras, mientras a causa de ellas muchas personas sufren sus consecuencias, se destruye el medio ambiente y se multiplican toda clase de riesgos (ver “Fratelli tutti”, 258).

Al mismo tiempo, países que no están directamente implicados en estos conflictos, con la excusa de no tener que verse implicados en guerras o de estar preparados cuando éstas sucedan, están aumentando considerablemente su potencial militar. Incluso Japón, a pesar de contar con las restricciones que, respecto al derecho de defensa colectiva, señala el número 9 de la Constitución, está instalando misiles de largo alcance capaces de alcanzar a otros países y ha abolido la prohibición de exportar armamento. Además, con la construcción de nuevas bases militares y el aumento del presupuesto militar, está alejándose de la ideología pacifista que ha caracterizado a esta nación.

Tanto en Okinawa como en otras islas del archipiélago sudoeste, bajo el concepto de “defensa”, se está incrementando la disposición de nuevos efectivos militares. Hace 80 años, en Okinawa perdieron la vida más de 200.000 personas, entre las que se contaban 94.000 víctimas de la población civil. Los habitantes de Okinawa que conservan vivo el recuerdo de la guerra y que, después de la guerra, se han visto afectados por diversos incidentes relacionados con las bases norteamericanas, siguen expresando su deseo de paz e insistiendo en el camino de la no-violencia. Sin embargo, a pesar de su insistencia en la necesidad de evitar una nueva guerra y de exigir que no se repitan los incidentes relacionados con las bases norteamericanas, incluidos los abusos sexuales, ven cómo se siguen construyendo nuevas bases militares. Entre las personas mayores de Okinawa se escuchan exclamaciones como éstas: “se está preparando una nueva guerra”, “se está repitiendo la historia previa a la guerra anterior”.

Casi no habrá nadie que no considere la guerra como algo horrible, como manifestación del mal. La experiencia de hace 80 años nos demuestra que, cuando en la vida diaria se va sembrando un modo de pensar y un sistema de valores abierto a la aceptación de la guerra, sin darnos cuenta, se acaba por provocar un cambio en la opinión pública disponiéndola hacia aprobación de la guerra.

Hacia la abolición de las armas nucleares

El Papa Francisco, en 2019, afirmó en Hiroshima: “Con convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas”.

La concesión del premio nobel de la paz a la asociación HIDANKYO de Japón, ha supuesto un paso importante para pasar del concepto de “disminución” o “control” de las armas nucleares a su “abolición”.

Quienes vivimos en un país que ha experimentado un ataque con armamento nuclear, sabemos que los efectos de las armas atómicas no se reducen al tiempo inmediato de la explosión, sino que continúan en la salud física y en la marginación social de las personas afectadas, así como en la destrucción del medio ambiente. Los obispos de Japón, en su mensaje con motivo de los 50 años del final de la guerra, manifestaron el siguiente compromiso: “Como pueblo que ha experimentado la fuerza devastadora de las armas nucleares y como testigos de esta realidad, asumimos la responsabilidad de exigir la abolición de las armas nucleares” (“Nuestro compromiso por la paz con ocasión de los 50 años del final de la guerra”).

Las iniciativas para la abolición de las armas nucleares se han visto reforzadas por la colaboración que se ha creado entre las diócesis de Hiroshima y Nagasaki en Japón y algunos obispos de Estados Unidos de América. Mientras seguimos orando para que la concesión del premio nobel se convierta en una antorcha de esperanza, pedimos al gobierno de Japón y de todos los Estados que acojan este “signo de los tiempos” y que se adhieran cuanto antes al tratado para la abolición de las armas nucleares promoviendo, a través de acciones concretas, su aplicación.

La verdadera paz

La palabra “paz” (shalom) tal como aparece en la Biblia, expresa una situación en la que no hay rupturas. Por lo tanto, la palabra paz no expresa simplemente la ausencia de guerra, sino una situación en la que se puede decir que, ante Dios, no hay rupturas. Esto significa que el mundo que Dios creó como “algo bueno” es respetado y se mantiene en su armonía inicial. Por ello, trabajar por la paz significa revisar nuestra relación con Dios, con las otras personas y con todos los seres creados y convertirnos para vivir estas relaciones según el deseo de Dios, sabiendo que ello exige estar abiertos al diálogo. La paz no se consigue ni con las armas nucleares ni con equilibrios de fuerza.

Caminamos juntos compartiendo la esperanza

Este año la iglesia católica celebra un “año santo”. Se trata de una institución que tiene sus raíces en el libro del Levítico del Antiguo Testamento (Lev. 25,10). Según el libro del Levítico, durante ese año había que dejar descansar la tierra, devolver las propiedades que fueron enajenadas a causa de la situación de penuria de sus propietarios, restituir la libertad a los esclavos y cancelar las deudas. Era una celebración que se repetía cada 50 años. La iglesia católica celebra un “año santo” cada 25 años. Es un año en el que, ante la presencia de Dios, se reafirma la dignidad de cada persona, se restituyen sus derechos a quienes los habían visto conculcados, se resarce a quienes habían sido explotados y se cancelan las deudas. En una palabra, se restablece la armonía que había sido rota. Podemos afirmar que se trata de un año para trabajar por la paz.

El Papa Francisco eligió “Peregrinos de la paz” como tema del año santo e invitó a hacer del año santo una ocasión para despertar la esperanza en todas las personas.

Por su parte, el nuevo Papa León XIV, en su saludo inicial, dirigió a todos las siguientes palabras: “Quisiera que este saludo de paz llegara a sus corazones, a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la Tierra. ¡La paz sea con ustedes!”.

A quienes deseáis la paz, sobre todo a vosotros jóvenes, decimos: asumid como algo personal el camino recorrido durante 80 años por personas de distintas edades para la consecución de la paz. Llenos de esperanza, continuemos caminando, tejiendo lazos de paz.

17 de junio de 2025
Conferencia episcopal de Japón